lunes, 8 de diciembre de 2008
BUDA, EL ILUMINADO
EL SENDERO DE SIDDHARTHA
De cómo llegó a ser el Buda
Yo fui inicialmente el auriga, el conductor de la carroza del gran Príncipe Siddhārtha Gautama.
Y voy a explicarles cómo él, el hijo del Rey, renunció a sus inmensos privilegios reales y abandonó su reino y fue mucho después un iluminado.
Cuando él nació, su padre, siguiendo la costumbre de los reyes, acudió a un alma santa para saber el destino de su hijo. Y esto le respondió el vidente:
- Tu hijo será un Alma Grande y su luz viajará por toda la tierra al igual los rayos del bello sol que deposita su energía en toda la esfera. Muchos corazones sedientos beberán de su sabiduría.
Y esto dijo el Rey:
- Rechazo tal opción. Soy un gran Rey y juro que haré de él un legendario gobernante digno de mi estirpe y merecedor de mi gran reino.
Y fue así como el Soberano preparó un plan para cambiar el destino de su hijo. Y para llevar a cabo su idea decidió, desde que Sidartha era muy niño, rodear de una alta muralla todas sus tierras. Y nos expresó en su corte:
“Siddhartha en su juventud no saldrá al otro lado de la muralla real. No quiero que se haga preguntas profundas sobre la existencia. Al conocer sólo lo exquisito dentro de mis inmensas tierras, lo haré pensar que la vida es un sueño interminable y delicioso. De esta manera no se cuestionará los hechos fundamentales de la vida.
Y haré retirar de su vista a todo aquel que muera, para que él no enfrente la realidad de la muerte.
Los inválidos y enfermos serán llevados también al otro lado de la muralla.
Tampoco deseo que se cuestione la vejez, así que igualmente los viejos serán conducidos fuera.
Además no deseo que vea pobreza, porque esto podría hacerlo reflexionar sobre la frágil condición humana.
La vida de mi hijo transcurrirá en una gran felicidad, en un reino encantado”.
Así pensaba el Soberano. Y en efecto, en la corte la existencia transcurría con suavidad y sin sobresaltos. La vida, a los ojos del joven Príncipe, era como una flor que nunca se marchita, que siempre exhala su perfume. Y el futuro gobernante aprendía todas las artes para dirigir a su pueblo. Y era muy dichoso y siempre se le veía contento.
Pero en un largo viaje en que yo lo llevé su carroza a los lejanos límites del reino, me pidió cruzar por la puerta que junto a los altos muros separaba el reino del mundo exterior. Yo tenía orden perentoria del Rey de no llevarlo al otro lado. Traté por todos los medios de disuadir a Sidartha, le expliqué la prohibición de su padre, pero con autoridad me dijo:
- Como futuro Soberano te ordeno cruzar.
Ante su mandato tuve que llevarlo a ese desconocido mundo para él.
¡Era una visión tan nueva! Empezó a relacionarse con una realidad completamente inesperada. El bullicio y la vida que fluía le llamaron mucho la atención.
Al poco tiempo se sorprendió viendo que transportaban un cadáver. Nunca había visto uno.
“¿Qué le sucede a este hombre? ¿Por qué duerme con esa extraña rigidez?”
A lo cual le respondí:
- No duerme. Sus ojos están cerrados pero nunca más los abrirá. Jamás se moverá.
- ¿Qué condición es esa?
- Se llama muerte, nos sucede a todos.
- ¿Cómo? ¿He de padecer el mismo destino?
- Sí Príncipe, al igual que cada persona, sin excepción.
Luego, muy impactado, vio que además existían la pobreza, la enfermedad y el envejecimiento y que él era susceptible a aquellas vicisitudes. Lo vi entonces mudar por completo su semblante. Se retiró dentro del carruaje y reflexionó hondamente. Entonces me dijo:
- ¿Qué sentido tiene vivir rodeado de música, de personas bellas y disfrutar todas las cosas exquisitas que tengo si todo es tan transitorio?
Y Siddhartha pidió al cielo una explicación. Pero no tuvo luz en aquel momento. No halló respuestas. Pero se dedicó a buscarlas. Quiso entender porqué tanta limitación de este pasajero cuerpo. El porqué del dolor humano, del sufrimiento.
Decidió entonces renunciar a sus privilegios reales. Abandonó su gran palacio. Caminó y recorrió muchos lugares lejanos buscando respuestas a sus inquietudes. Tocó a las puertas de los sabios, pero su esfuerzo parecía inútil. Pasó mucho tiempo, pero un día, cuando descansaba bajo un gran árbol, una mujer muy sabia le enseñó la forma de sentir en sí mismo la Belleza que todo lo ha creado. Y el cielo lo llenó de luz, de sabiduría, de entendimiento.
Y tuvo muchos discípulos. Y yo mismo fui muy afortunado de ser aceptado como uno de ellos. Porque percibí la divina transformación que se operó en él. Dejé de ser su auriga para convertirme en su seguidor apasionado.
Nos enseñó muchas maravillas. Por ejemplo, que aunque somos como gotas de lluvia le pertenecemos al gran mar; y a diferencia de la lluvia y el océano, nunca estamos separados de la infinita Esencia Increada. Que de allí provenimos y que allí regresaremos. Pero que en vida podemos sentir esa Esencia en el corazón.
Que hay un plan sabio de encuentro con la verdad y con la dicha en lo profundo de cada ser humano.
Aprendí del profundo respeto que Él tenía por todo ser humano y por cada forma de vida. Y fui testigo de que el Maestro, como un Loto, estaba en este mundo pero siempre totalmente conectado interiormente con lo más elevado, lo Supremo. Sus pies caminaban esta tierra pero su corazón vibraba con la Esencia Pura. Y nos enseñaba a imitarlo. Hablaba de la conciencia que ha formado las flores y las aves. De que dentro hay una lámpara que brilla en medio de la noche más oscura.
Por todo esto sus discípulos rebosamos de alegría cuando hablamos de Él. ¡Nos sentimos tan plenos! Y gracias a esto lo llamamos el Iluminado, el Maestro del Amor, el Bienamado.
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